«Las mesas de lectura de las tabaquerías son tribunas de libertad».
José Martí
Alexis , el vecino de mi casa familiar de La Habana, es un “torcedor” de hojas de tabaco, y en las noches de conversaciones y humo, me regala la posibilidad de conocer algo único. Visitar desde adentro donde trabaja.




Llegó al capitolio de la Habana y allí atrás aparecen los arcos de la fábrica de Tabacos Partagás, voy a vivir la experiencia educativa obrera más trascendental del mundo manufacturero. Voy a escuchar al “lector de tabaquería”, ícono en el mundo, actividad declarada patrimonio intangible de la humanidad.
En el centro del salón un mar de trabajadores con sus camisetas blancas y sus blusas, van amasando las hojas mulatas del tabaco mientras la chaveta, un pedazo de metal, va rebanando el excedente de la hoja, haciendo un envoltorio que se envuelve a sí mismo y el molde que espera apretar con la fuerza y la exactitud buscada.
Todos están inmersos en su trabajo, mirando fijamente su arte de ensamble para el ritual del consumidor, cuidando el color, la textura, la humedad, el estirado de la capa, la ingeniería del tiro, para que la bocanada de humo sea precisa.
Y mientras me deleito con la sinfonía de aromas, allí arriba en la mesa, el lector con una dicción única, enlaza letras y consonantes formando palabras que generan frases. Está leyendo justamente a Shakespeare, para los cientos de sus compañeros obreros. A él no le toca torcer tabaco, a él le toca leer para todos.
El lector de tabaquerías es un rol instalado desde 1865 en Cuba, y lo cumple una persona que lee todos los días los libros elegidos por sus compañeros, que van desde Dostoievski a Zola, pasando por las noticias, recetas de cocina y el pronóstico del tiempo.
Y exactamente, conversar con cualquier trabajador de las tabaquerías es ponerse al frente de experto de las letras universales, pues mientras trabaja aprende y goza de la literatura que los envuelve mientras ellos envuelven las láminas marrones de fragancias indomables.
Sigo escuchando y asombrándome, EL LECTOR se da cuenta de mi estupor y con un gesto cubanísimo me dice:
– Compañero lea un párrafo. Mientras corre el micrófono y en un ataque de emoción sujeto al Granma y leo una noticia, con mi mejor acento santiagueño (pero del Estero).
Inmediatamente EL LECTOR retoma su trabajo, me quedo a su lado y empieza a leer al clásico Romeo y Julieta mientras me acerca un habano con el mismo nombre explicándome que esa categoría se la denominó así en homenaje a ese libro, que prácticamente de memoria los obreros ya lo saben, pero como todo buen cigarro y toda buena literatura se puede repetir y repetir.
Lo escucho extasiado mientras sigo explorando las caras y las manos que enrollan el glamour seductor para el futuro placer de fumarse un puro de los más puros.
Y se escucha por los parlantes…
JULIETA (hablando a solas) .-¡Romeo! ¡Romeo! ¿Por qué eres tú, Romeo?… Reniega de tu padre, adjura de tu nombre, y si no quieres hacer eso, jura que me amaras, y yo cesaré de ser Julieta Capuleto.
ROMEO.-¿Debo continuar escuchándola, o debo hablarle?
JULIETA.-Tú no eres mi enemigo; lo es tu nombre, tu nombre solo. Tú eres tú y no eres un Montesco. ¿Que es un Montesco? Esos brazos, esa cabeza, esos cabellos, no componen un Montesco…Todo eso te compone a ti… ¡Cambia de nombre! ¡Un nombre no es nada! Demos a una rosa otro nombre, y no por ello dejará de agradarnos; su perfume no será por eso menos suave. Si Romeo tuviese otro nombre, toda su gracia y su perfección quedarían en él, que es a quien yo amo. ¡Borra tu nombre, oh Romeo, ese nombre que no es nada, ese nombre que no constituye tu ser! ¡Bórralo y tómame a mí en cambio, a mí toda entera!
Voy saliendo del salon factoria, como quien sale de un escenario, los despido, con el gesto de un abrazo y un guiño avisa la recepción de mi afecto y admiración, mientras sigue leyendo.
Cruzo la calle hacia el parque de la Fraternidad ornamentado por los bustos de los masones célebres. Me siento al lado del libertador de los andes, sacó un Montecristo que supera a la novela de Dumas, de sabor recio sin concesiones, y también un Romeo y Julieta, de sabor y dimensiones ideales, con cepo grueso, longitud óptima, excelente combustibilidad y notas acarameladas que recuerdan un amor prohibido… El mismo que prefería sir Winston Churchill.


Decido por este último y me sumerjo en la ceremonia del corte, toco la tripa, el capote y el gorro, lo enciendo con cerilla de cedro y ya el primer humo me pone en trance… entonces sueño con obrerxs multiculturales que consuman educación sin límites, que se dignifiquen en espacios de desarrollo que se llenen de lectores y lecturas.
Sueño… con trabajadorxs que tengan clara la diferencia entre el deseo y la necesidad, un dilema que solo la educación puede develar.
Porque en este ejemplo cubano, EL LECTOR de tabaquería es un obrero educado, un obrero del desarrollo de personas para una humanidad sustentable y universal.
¿Qué diferencia hay entre alguien que sabiendo leer no lee y un analfabeto ? #exploralo
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