Categoría: El ruido de las alas. (libro)

  • ¿QUE ESTARA HACIENDO?

    ¿QUE ESTARA HACIENDO?

    «Demasiado tiempo me debatí en la añoranza, con la mirada clavada en la lejanía, demasiado tiempo permanecí en la soledad, así que ya no sé callar».

    Nietzsche

    Los viajes hacia la casa de mis primos eran el premio que venía por las buenas
    notas del último boletín.
    Entonces, Córdoba o Buenos Aires, y en ocasiones ambas, soportaban mis
    asombros. Mis primos no entendían mis palabras cargadas de eses y mis tíos
    esquivaban mis preguntas por todo a todo.
    De esta manera empecé mi vocación turística, mucho antes de que las fuerzas
    pudieran con el equipaje.
    Siempre número dos detrás del chofer, al lado de la camarera. De este modo,
    “el Chevallier” o” el Panamericano” me llevaban lejos y solo, bajo la custodia de
    las bellas azafatas que simulaban prestar atención a las interminables
    advertencias de mi mamá: “No tanta gaseosa, ojo con los caramelos, acordate
    de los parásitos…”. Y así hasta salir de la plataforma.
    Por supuesto, tomaba toda la gaseosa que podía soportar, los sándwiches que se
    me antojaban y caramelos… a puñados.
    Los choferes me preguntaban de todo. Empezaban por la escuela, seguían
    por mis hermanos, después por papá y mamá y terminaban con la pregunta
    habitual: “¿Tenés novia?” Yo comenzaba a hablar de Hortensia. Ni los vasos de
    Coca Cola calmaban mi monólogo.
    Mientras la azafata me cuidaba, yo la observaba con gran intriga. Durante
    mucho tiempo pensé que sería la esposa del chofer y me invadía la duda.
    ¿Quién será el marido? ¿El gordo o el rubio?
    Quise, pero nunca pude, seguirlos para ver con cuál de los dos se iba ella y
    aclarar el enigma, pero me quedé con la duda.
    Las de Chevallier son más lindas. Las del Panamericano son más flacas. Con
    tacos altos y pollera breves, blazer al tono y pañuelo al cuello, sujetado con un
    prendedor con el nombre de la empresa. Calzaban además un gorrito que me
    hacía reír, pues se asemejaba al tazón de mate cocido de nuestra cocinera.
    Cuando iban hacia el fondo del ómnibus con los termos, eran acompañadas con
    las miradas de los pasajeros y de los choferes que las espiaban desde el espejo
    retrovisor.
    Para dormir, había unas almohadillas forradas en cuadrillé rosa. Mientras me
    apoyaba en ellas, recordaba al pintorcito que estaba junto al mar, a Hortensia, mi compañerita que se había marchado a Mar del plata dejandome con el amor en el alma. Sentía que Córdoba quedaba lejos pero Mar del Plata, mucho más.
    Al llegar a la terminal grande, alguno de mis tíos me esperaba y recibía las
    felicitaciones de la tripulación por “tan locuaz sobrino”. Un “gracias”, algo
    asustado, era la respuesta, pues ya se preparaban para mi incontenible
    verborragia.

    Un primo de mi edad, unos tíos ocupadísimos y un lugar tan diferente, hacían de
    las vacaciones cordobesas una nueva vida.
    Mario era muy rubio. Su pelo, casi de color de los anillos que vendía mi tío, su
    papá. Yo parecía su negativo. Nadie hubiera creído que éramos parientes.
    Tenía juguetes que ni en la tele de Santiago salían, hasta una pista de autitos
    que funcionaban solos, sin quisiera tocarlos. Los poníamos en movimientos
    desde lejos, con un aparatito y ¡chau! Subían montañas, atravesaban puentes;
    hasta se levantaban las barreras del tren. Pero él no tenía el más mínimo
    conocimiento sobre los sapos en los estanques de don Lazarte, ni de los karting
    armados con rulemanes y maderas de cajón de manzana “Moño azul” y ni que
    hablar de la bicicleta para dos.
    ¡Ah!, las ventajas del atraso.
    La llegada de los mayores después del trabajo, nos debía encontrar sanos y
    salvos. Era entonces cuando la dulzura del protocolo nocturno cobraba una
    fuerza celestial.
    Nos sentábamos a la mesa con muchos platos, brillosos tenedores, la soda que
    se preparaba en sifón plateado y platitos de diferentes formas para el postre.
    Había además una cocinera que comía aparte.
    Luego de cenar, había que cepillarse los dientes, vestirse de sueños y a la
    cama, apenas la familia Telerín bostezaba en la tele. Y ahí, ya horizontales, nos
    disponíamos a escuchar a la tía Esther, que con su voz gastada por las ofertas
    del día nos regalaba el cuento de las buenas noches. De esa forma conocí a la
    seductora Blanca Nieves y a la confiada Caperucita. El beso de despedida, con
    gusto a poco, marcaba el final de las historias. Entonces ella salía despacito,
    casi en puntas de pie, para no despertar nuestros ojos que simulaban sueño.
    Esta parte del día me gustaba, tenía un encanto muy ajeno a mis noches
    santiagueñas.
    Con el tiempo, los cuentos repetidos, el beso automático, la cocinera sola, el
    sifón panzón dejaron de divertirme, pues yo podía adivinar cuál era la frase que
    vendría a continuación… El lobo parecía indigestado de abuelitas y los enanos
    eran como diez.
    De todas maneras, gozábamos más con nuestro sueño fingido que con los
    cuentos repetidos.


    Fue en esa casa, donde el cemento reinaba y solo en las macetas había tierra,
    Allí, conocí la dura sensación de extrañar.
    Bastaba una pregunta: -¿Qué estará haciendo?-, para que la imagen de mi
    mamá apareciera e inmediatamente lagrimas y pucheros me
    hacían repicar mi corazón. Inventé juegos para que nadie se enterara. El mejor, las escondidas. Conseguí el lugar más difícil. No para ganar, sino para estar el
    mayor tiempo posible con mis secretas lagrimas y pensando en ella.
    Un sitio adecuado era el lavadero, entre el lavarropas y la piletita. Solía sentarme
    en el suelo y cubrirme con una sábana. Esto me aseguraba un buen rato para
    extrañarla.

    ..Capitulo 20 de mi próximo libro, El Ruido de las Alas. En el día de la madre, te sigo añorando. Desde donde estes Gracias mamá.

  • Bienvenidos AL CUMPLE.

    Bienvenidos AL CUMPLE.

    «El hijo del inmigrante

    nace del desarraigo y

    tiene sus raíces en el aire»


    Los trece años se asomaban con un regalo diferente: el primer traje de
    pantalones largos y un acontecimiento insoslayable: la ceremonia del Bar-Mitzva.
    Las invitaciones fueron preparadas por la mejor letra de la familia, la de mi hermana. Las primeras debían ser repartidas entre mis compañeros y, por supuesto, había que explicar que era. Para ellos una fiesta de Bar-Mitzva sonaba a jolgorio en un bar. Era el momento de hablar de lo que realmente significaba.Entre aclaraciones y preguntas, algunos -muy pocos- iban entendiendo. Y los que no, recibían una comparación que me libraba de otras argumentaciones. Cuando los cuestionamientos se ponían densos, yo expresaba:
    Es algo igual a la comunión de ustedes- y resolvía la situación casi compulsivamente.
    La fiesta incluía una invitación doble. Por la mañana era la ceremonia
    religiosa y por la noche, el momento de llenar la panza y mover el esqueleto.
    El lugar? por supuesto, nuestro Sholem Aleijem que fue escenario de un
    solo casamiento, el de mi hermana. Era como tener sinagoga privada, lujos de las tribus perdidas.
    La sala-sinagoga estaba más allá del salón de fiestas, comunicados
    ambos por un pasillo. Paredes impecables, dintel gris, una mesa con la
    elegancia de siempre y una caja de zapatos repleta de kipas (gorros de rezo) para los olvidadizos o los que no tienen o para los que ni siquiera saben que significa. La caja está más llena que de costumbre. Será por que vendrán muchos goim ?(gentiles).

    El número de sillas a aumentado, están ubicadas una a la par de otra, casi apoyadas a la pared, hoy no hay lugar en el espacio que siempre sobraba.
    En el centro, un alto mesón enfrenta al Arón Kodesh (Arcón Sagrado)
    donde se guarda la Torá (el Pentateuco). Este mueble, como es habitual,
    permanece cubierto por un fino paño de terciopelo negro y flecos dorados sobre el cual, en aplique de oro, dos llaves sostienen las Tablas de la Ley. Arriba, tres estrellas de David observan el lugar e imponen silencio ante mi entrada a la
    adultez.

    Todavía no ha llegado nadie. El candelabro de siete velas espera a los
    invitados para celebrar la ceremonia más importante en la vida de un niño judío.
    Un rabino, venido especialmente de Santa Fe, verifica la presencia de los
    libros de rezo. Entre tanto, yo observo la mancha de humedad en el techo e imagino una nube con un perro encima, o un helado recién servido. No importa, había que pensar en cualquier cosa, menos en el rezo de memoria, no vaya a ser que se me olvide justo ahora.

    Papá prepara su manto. El mío espera muy cerca del rabino que ordenará
    cuándo y cómo ponerlo.
    Los invitados comienzan a llegar, ubicándose en diferentes zonas. Las
    mujeres con pañoletas, como las de la Bobe, cubren sus cabezas y parte del
    rostro. Ellas deben permanecer en el salón contiguo. Aquí, solo los hombres.
    Muchos vienen en grupos y el idish se convierte en el único lenguaje. Los
    kipas llenan de color el ambiente. Son negros, azules, blancos, plateados,
    bordados en dorado, con nombres, con colores de la bandera de Israel. Es una
    verdadera exposición.
    Uno a uno los visitantes abrazan y felicitan a mi padre y madre, que los recibe como diciendo: “¡Este salió a nosotros”, mientras yo aplaco el apretón de sus pálidas manos que me hablan de muy lejanos orígenes.
    Los acentos se repiten idénticos:
    -Que seiasmoyboen, muchacho.
    -Felicedad en la noiva vida.

    Algunos me hablaban directamente en idish, sin saber que unas pocas
    palabras y una canción copiada a la luminosa Sofía de Mar- la cantante en Idish- completaba mi inventario personal. en ese legendario dialecto.
    No obstante, yo daba las gracias, con un movimiento de ojos y una sonrisa muda.
    Desde el salón de «las bobes», las viejitas hacían lo suyo y con sus hábiles manos para el guefilte fish (pescado relleno) me enviaban sus saludos.
    En pleno territorio de la Telesita, con la Sinagoga casi colmada, es fácil
    reconocer a los gentiles (no judíos), pues son los que se cubren con los kipas de
    la caja de zapatos y están con los ojos bailando al tratar de descifrar las
    escrituras en hebreo en los libros que se abren de derecha a izquierda y ellos ensayan su mejor poder de empatía.
    Con tres golpes de su gruesa mano, el rabí anuncia: -Silencio, señores, es hora de empezar el Bar-Mitzvah; e inmediatamente me ubica al lado de el Aron de la Torá, se acomoda los anteojos y, de manera casi imperceptible, reza
    acompañado por los hombres de kipá dorada, mientras que los demás cada vez
    entendían menos, precisamente, en ese instante, un estridente “¡Feliz
    cumpleaños!”
    cortó la inspiración de los raro-parlantes…
    Era, ni más ni menos, el auto-anuncio de la llegada de Don Isidro Mamani y su prole aborigen, procedentes del tronco de los Valles Calchaquíes e invitados especiales de papá. Ellos fueron mis anfitriones durante inolvidables vacaciones invernales y feriados largos en las montañas de Tafí del Valle.

    ante la inesperada irrupción, la concurrencia quedó tan helada como Polonia en enero.
    Los judíos observan entre murmullos mientras se preguntan: –¿Quiénes
    son estos? ¡Oh…! ¡Qué bien, indios en el Bar-Mitzvah!

    Los gentiles locales, sienten ahora otro nivel de graduación: ellos eran un poco más europeos que los intrusos recién llegados.
    Don David ante este hecho inverosímil, pero real, domina la situación
    uniformándolos con kipas mientra los ubica en las sillas depositando un libro en sus curtidas manos.
    Yo gozaba ante la escena como si fuera una travesura más. Mis ojos
    esperaban ver los ojos de Don Isidro cuando abriera el libro. ¡Qué emoción!
    Debo reconocer que con la silenciosa sabiduría del altiplano, Don Mamani
    pasaba las hojas en el momento en que lo otros lo hacían, aunque el libro
    estaba patas para arriba.
    Entre preguntas y respuestas estudiadas de memoria, la ceremonia
    prosigue mientras voy entrando al mundo de los mayores como hace miles de
    años, pero esta vez no solo ante la presencia de las Doce Tribus de Israel, sino
    también de los termeños y de la tribu propia del pasante de hojas al revés.
    Por la noche, en el salón de la sinagoga, recibo las llaves de la casa
    como signo de libertad, ya que en ese momento me estaba recibiendo de adulto.

    Ella mi madre, se veía distinta. Lucía los labios pintados y un peinado “hecho afuera” distendía el recogido de su pelo renegrido que nos tenía acostumbrados desde siempre. Estaba más linda ayer, cuando yo todavía era niño.

    Los Mamani trajeron el mejor regalo: un poncho de vicuña hecho por una
    “Pachamama” de la zona y dos lechones para reforzar el banquete. Y, claro,
    ¿qué sabían ellos sobre nuestras costumbres y la prohibición de comer
    cerdo?. Mi madre, que todo lo entendía, logró esconder con habilidad ancestral, el regalo prohibido.
    Los espacios musicales del evento eran otro mish-mash (entrevero). El
    Hava-Naguila fue invadido por zambas, donde los pañuelos acompañaron a los
    aborígenes y los saltos cosacos a los zarandeos.
    Desde la pared del fondo, un cuadro de Golda Meier preside el lugar.
    Hasta ella parece tomarse la cabeza ante semejante espectáculo de descontrol
    intelectual: melange étnico, cultural y social.
    No podía ser de otra manera más heterodoxa mi iniciación a la mayoría de
    edad, veinticuatro horas después de la infancia. Eso sí, yo ya tenía las llaves y su
    significado verdadero: la responsabilidad que te da la libertad para crear mundos donde la gente quiera apasionadamente pertenecer.

    Comparto capítulo de mi libro «El ruido de las alas» un niño que quería generar mundos grandes.

    ¿ Cuantos «diferentes» habitan tu mundo?

    ¿ Quien/es son los más diferentes de tu ecosistema?

    Contame tu amplitud, me encantaría disfrutar de tu apertura. Te leo.

  • Conexión San Esteban.

    Conexión San Esteban.

    «Un bombo retumba lejos
    va llegando San Esteban
    orillando el Mishky Mayu
    para Sumamao lo llevan.»

    Los Manseros Santiagueños

    Ya se hizo presente el esperado 26 de diciembre, el día de San Esteban.

    Todo está listo, los colchones en la caja de la camioneta, una lona para esconderse del siempre presente sol santiagueño, conservadora de telgopor en la que las bebidas y el hielo de las cubeteras se acurrucan en un maridaje transpirante, la caja con cohetes debajo del asiento de mi padre protegido del calor para evitar explosiones prematuras, varios mates, unos rosquetes loretanos y todo el rojo posible ya que al santo le encanta. Nosotros para no errarle vamos en rastrojero…rojo.

    Los festejos son a la usanza ultra telúrica en pleno monte, en el rancho del dueño del santo.#exploralo

    Para llegar a Sumamao (residencia de el santo) hay que atravesar un buen trozo de la provincia, por caminos que muchas veces ni Dios sabe pero la fe del promesante diseña caminatas únicas.

    Todos llevamos algo rojo y amarillo, como una contraseña que nos hermana. Vamos arribando en grupos o en solitario, pero hay una absoluta sensación de pertenencia colectiva.

    Allí, ya veo a los que vienen con unas cañas largas. En el extremo tienen un cuerno por donde sale un sonido estridente, que llega a las entrañas. En esas cañas cuelgan trapos escritos a mano, informando orgullosos su representatividad  con…“SALAVINA PRESENTE” o “HUAYCO HONDO TE QUIERE” o “AQUÍ SUMAMPA”.

    Cientos de bombos cajonean sonidos sin compás conocido, no son gatos, ni chacareras y menos zamba. Los acordeones y violines se ponen de acuerdo mientras las guitarras unen todo en una alquimia misteriosa.

    Hacia media mañana, ya con el sol arrasando, comienzan las “topadas”, al centro de un corral grande, unas hileras de árboles repletos de golosinas, un tropel de jinetes a todo galope desenfrenado golpean los postes, haciendo caer los dulces de las ramas mientras, nosotros los niños salimos a la captura de los regalitos del santo. Es toda una odisea de iniciación meterse entre las patas de los caballos ..pero que placer lograr una bolsita de rosquetes y regresar inmediatamente al lado de mis padres ante la nueva vuelta más desenfrenada de los jinetes “topadores” en el frenético carrusel.

    Ahh!! que placer la caída de los “miskys”, las “ichas” rosquetes, empanadillas o tabletas a la tierra, absolutamente convertida en talco.Pero no importa, una sacudida y a comerlas mientras los gritos de “tope” “tope” “tope” siguen avisando que se larga la tercera vuelta.

    Allí detrás de los algarrobos las trompetas de tacuaras y cuernos anuncian  que están por llegar los “disparadores”, todos marchamos a esperarlos con ansias y energía de apoyo a estos promesantes. Los “disparadores” corren leguas para saldar la deuda con San Esteban, corren y van mordiendo algunas hojas y otros jinetes le van haciendo, al galope, sombra con un poncho, una imagen que pone mis ojos curiosos a hacer horas extras.

    Cuando van llegando al santo, de un solo salto se hincan y se arodillan en el suelo apisonado al frente del ovacionado santo rojo. Allí mismo aparece un “veedor” de la promesa y con una hoja de afeitar en la parte de atrás de la pierna, le hace un corte en cruz desde donde la sangre brota enloquecida, todos gritamos y aplaudimos…el promesante mucha veces se desmaya, exhausto pero feliz cumplidor y habilitando un nuevo crédito para necesidades futuras. La sangre roja brota de esas piernas sellando un compromiso único. Sigo mirando cada vez con más asombro, se que estoy en una ceremonia única y centenaria.

    Ya hacia el medio día es difícil ver al santo, pues está rodeado de sandías y melones en agradecimiento a la buena cosecha. Hasta cabritos merodean, son en ofrenda por haber encontrado la majada perdida. El santo cumple entonces el promesante debe cumplir. No faltan las fotos de niños difíciles de nacer que gracias a ÉL nacieron.

    Ya los bandoneones largan las chacareras que no se hacen rogar mientras los “adentros” comienzan la maratón interminable de danzas en el patio de tierra apisonado de zapateos y zarandeos.

    Los vinos en caja evitan gastos y accidentes, mientras las empanadas prescinden de vajilla.

    Las parejitas enfilan para allá y al rato…regresan más tranquilas. #exploralo

    En este paisaje miro a mi padre, tan rubio, tan claros sus ojos, tan diferente su indumentaria, con su camisaco impecable,  parece un intruso en semejante espectáculo. El en este lugar tan lejano de su Kiev natal. Miro a mi derecha y esta mamá con su piel de noche, sus ojos azabaches, el peinado tenso con el rodete brilloso, nada supera su negritud, da la sensación de que no podría estar en otro lugar… ella es tan de aquí.

    Siento la textura diferente de las manos de ellos ,que las tomó simultáneamente. Saboreo la posibilidad de mezclar las dos culturas, me atraviesan las emociones de los Hava Naguila y de La Telesita.

    Imagino que lindo seria ponerle un pañuelo rojo al rabino y una Kipá al dueño del santo.

    Me sigue retumbando las palabras de Don David Cinmanlo importante es ser ciudadano del mundo y de Doña Ana enseñándome con sus bailes que lo único importante es la alegría.

    Puedo sentir la explosión adentro mío que viene de estar en el medio de dos manos que me sujetan pero no me atan. Y aquí en San Esteban la fiesta continua.

    Capítulo 12 de mi libro «El ruido de las alas» …pronto a editarse.

    Felices Fiestas y hagamos del 2020 un año repleto de SOLIDARIDAD Nutricia, de EVOLUCIÓN trascendental y de ABUNDANCIA sistémica.

  • Desde mi aula.

    Desde mi aula.

    «Siempre que enseñes, enseña a dudar de lo que enseñes.»

    Ortega y Gasset.

    Dos puertas grises, tipo placar, se extendían desde el zócalo hasta el techo dando la bienvenida al zoológico del aula. Cinco pedazos de madera oficiaban de estantes, allí, se podía encontrar artículos únicos e irrepetibles.

    Desde cascabeles, ratas pasando por arañas, murciélagos y hasta el fémur de un diaguita.

    Frascos variados fueron convertidos en exhibidores de especies. Los preferidos eran los de mayonesa, por la forma y sus diferentes capacidades. Las botellitas de remedio también se adaptan, especialmente para los insectos. Eso sí, las de color oscuro se utilizaban para «pillarlos», después había que pasarlos a las de vidrio transparente. Los que no servían eran los frascos tipo vaso de dulce de leche “Chelita”. Esos eran buenos para tomar granadina. Aunque las madres ni locas te dejaban llevarlos para las travesuras de la fauna propia.

    Para armar la exposición permanente, era necesario conseguir un poco de alcohol, unos cuantos recipientes y unos rótulos, esos que se pegan solos, sin engrudo, los color blanco con ribetes redondeados y cuatro líneas para que no te salga chueca la descripción.

    Cuando se capturaba un ejemplar, directo al frasco; bastaba un poco de alcohol para conservarlos, luego se tapaba bien y se rotulaba. El maestro dirigía la clasificación. Se debe escribir en este orden:

     Nombre común / nombre científico / quién es el cazador/ cuándo y dónde fue capturado.

    Con estas directivas, él nos colocaba en otra dimensión… la más atractiva de las experiencias. Y así observábamos: Lagartija (pleuro de los waltli), Domingo Sepúlveda, tres y media de la tarde, en el patio de mi casa”. O Sapo (discoglossus pictus), Alberto Villalba, ocho y veinte de la noche, en la vereda de doña Pila”.

    Hasta Darwin se hubiera maravillado frente a esta completisimas distinciones.

    Junto a estos animalitos de Dios, se ubicaban en el armario del aula distintos objetos, a saber: registros, libros, la pelota número cinco de los recreos, cuadros de próceres que se iban poniendo arriba del pizarrón, según el mes. Estos, a su vez servían como blanco de los dardos de aguja en plastilina. El de Cornelio Saavedra era el preferido, pues la cantidad de botones de su chaqueta permitían elegir previamente en cuál de ellos haríamos centro.

    Las escarapelas  se usaban pero al terminar el desfile patrio, retornaban al costurero forrado con papel araña azul, el que estaba al lado del “Alacrán (et rurales noxius), Rosa Núñez y mi hermano, dos y cuarto, cerquita del aljibe”. Informaba el rótulo.

    En el segundo estante platos, cubiertos tazas, todos bien acomodados esperando por un locro pulsudo o un mate cocido bien caliente. Este lugar era la parte gastronómica del zoológico.

    Un chanchito de yeso con jardinero rojo, remera a rayas y gorra pochito representaba el papel de alcancía del aula. “Lo que juntemos durante el año será invertido en un viaje”. Al final, lo recaudado en la abultada panza  nunca alcanzó para llevarnos a más de veinte cuadras de la escuela. Por lo tanto, este año nuevamente tendríamos que visitar el dique, ya conocido de memoria.

    Sobre la cara interior de la puerta izquierda, casi a la altura del estante de arriba, un clavo sujetaba una percha de madera que sostenía un guardapolvo reluciente y almidonado… el hábito de Bernardino, mi maestro poeta.

    Tenía los bigotes gruesos, entrecanos y prolijos, el índice de su mano derecha amarillo por la nicotina de los cigarrillos negros, los Imparciales 30, el nudo gordo de la corbata le ajustaba la camisa lavi-listo celeste. La línea del pantalón impecable, perfecta, una “Gillette”.

    Un “Buenos días, alumnos” era contestado con otro: “Buenos días, señor maestro” contestado todos de pie. E inmediatamente comenzaba la intriga. Nunca se sabía si empezaba con Lengua, Aritmética, Geografía, o… tareas para el hogar. Las clases de disección  podían ser minutos antes del almuerzo. Seguramente esta intriga se obedecía a una estrategia pedagógica que solo él podía manejar. El objetivo era mantenerse atento al desenvolvimiento de los sucesos.

    Inolvidable la visita a las parturientas en el dia de la madre. Materia SOLIDARIDAD.

    Para los apodos, nadie como él. Solía preferir el quechua y hacía de ello una verdadera introducción a la lengua nativa. De esta manera: chasquinchuia (chueco), atulo (tonto), koñalo (mocoso), guatudo (panzón), aumentaban nuestro léxico y nos convertía en bilingües.

    El bautismo de apodos en quichua no era propiedad exclusiva para los alumnos, también las maestras tenían su identificación telúrica , (que manteníamos en  secreto). Por ejemplo, la gorda gritona de sexto grado fue ungida por un sikila (culona) secreto que festejabamos al mirarnos en un silencio cómplice, frente a su paso redoblado que hacía tiritar las costuras del delantal.

    El maestro enseñaba con los retos. Había que tener preparado el “mataburros” (el diccionario Larousse), pues como penitencia ante nuestras travesuras era preciso buscar el significado de ciertas palabras (alcornoque, zopenco, prosaico, o jumento) y anotar prolijamente en nuestro cuadernos “Tamborcito” de 8 hojas.

    Entre quechua y español, mi escuelita del Alto se convertía en un centro idiomático telúrico único.

    Los censos que don Bernardino inventaba, eran excusas para llevarnos a pedalear por el monte. A los del campo les preguntaba lo habido y por haber,  nunca escribía nada, pero volvimos llenos de tortillas, arrope, tunas y otros manjares de tierra adentro.

    Entre pedaleo y pedaleo, solíamos tararear chacareras o contar leyendas y  ¿por qué no? A veces una parada repentina servía para pillar alguna “langosta (chaerodescansellata), Israel Cinman, seis de la tarde, censando en el monte”.

    Los censos?… ¡simplemente una expedición!

    Recuerdo las palabras del maestro Bernardino, ante una audiencia de trabajadores del monte que en silencioso respeto debajo del alero del rancho en pleno monte santiagueño lo escuchaban con amor y temor.

    “¿Por qué la manda a la María tan mapala (sucia)?”, “Dele aunque sea un pedazo de bombacha vieja al Américo para que se limpie la koña (moco)”, “No la siga haciendo cagar a la patrona que los changos me cuentan todo”, “Tengan cuidado con la vinchuca…”, y seguía el rosario. Después de esto menudeaban los verdes, acompañados por empanadillas y rosquetes. Desde allí, a otra casa para decir lo mismo: que las uñas, que los mocos, que los golpes, que las vinchucas y, al final, el mate cocido con guarniciones.

    El maestro tenía la autorización de nuestras madres para mandarnos “con las orejas en los bolsillos”, si era preciso.  Esos convenios me hacían tiritar y la posibilidad de volver a casa con los bolsillos ocupados y la cabeza más liviana, ponía límites a mis travesuras. Aunque peor hubiera sido que las pobres orejas terminan ocupando un lugar en los estantes, dentro de un frasco de mayonesa.

    Así era Bernardino Atilio Orellana, la tiza en la mano derecha, el puntero en la mano izquierda y una invitación permanente hacia alguna salida impredecible, a lo que, en definitiva, es la vida. O lo odiabas o lo amabas, no había gris y mucho menos olvido

    ¿Qué estás enseñando para vivir una vida que merezca ser vivida?

    Capítulo 23 de mi próximo libro El Ruido de las Alas …un niño que soñaba con cambiar los mundos.

  • Creer o estornudar.

    Creer o estornudar.

    “Nunca se sabe qué tan intensamente se cree en algo hasta que su verdad o falsedad se vuelve un asunto de vida o muerte.”
    CS Lewis

    Si no fuera porque en Julio eran las vacaciones, con mucho gusto habría odiado ese mes.

    En Julio, religiosamente empezaba la temporada invernal, en mis Termas de Rio Hondo, pero sobre todo era la apertura a mi maratón semestral de estornudos interminables, me dejaban sin aire, envuelto en una respiración asmática mientras mis ojos se llenaban de lágrimas de impotencia ante la imposibilidad de detener, tamaña situación, en mi pequeño tamaño de siete años.

    En Julio, por ende, se reforzaba el peregrinaje a los alergistas, las inyecciones entraban en escena, decenas de vacunas experimentales se ensañaron con mis flacos brazos. Las enfermeras, agotaban los argumentos para entretenerme, ante los pinchazos que uno tras otro, semana tras semana, hacían de mi un autentico, tiro al…negrito.

    Todos, pero absolutamente todos los intentos por detener la maratón de estornudos eran en vano, ni siquiera llegaban a darme un respiro de una semana.

    La alergia se apoderó de mi existencia incipiente y se reía del inmenso equipo que buscaba darme paz.

    En mi niñez, me revelaba a cualquier cosa, pero a esto no, con inmensa docilidad me declaraba derrotado entregándome a cualquier proceso, para generar el suceso de ganarle a la situación, que duraba exactamente seis meses ininterrumpidos.

    Una vez me enteré que toda la “serie de vacunas” era solo para saber a que tenía alergia, para que desde allí puedan encontrar con que sanarme. Fue un momento de gran angustia donde me sentí una auténtica rata de laboratorio.

    Mi alergia ya era una cuestión que excedia a mi y también a mi familia. Los vecinos opinaban, los proveedores y clientes de mi padre, aportaban sus diagnósticos y pronósticos.

    …Seguro que es reacción a polen.

    …Debe ser por el polvillo.

    …Es por el frío.

    …Se le pasara solo cuando sea adolescente. Y así las conjeturas profesionales y vecinales, llenaban una interminable lista de pestes que respaldan la pésima sinfonía de achíses.

    Yo era dueño de mis estornudos y por ende tenía derecho a deducir un diagnóstico, pero no me anime a contar mi descubrimiento, por miedo a que me internen por otra enfermedad. Entre estornudo y estornudo me fui convenciendo que tenía alergia a los turistas, que como abejas llegaban y hacían de Julio un mes nefasto para mi, pero próspero para todo el pueblo.

    Con la alergia salíamos de viajes sanitarios a Santiago a Tucumán y hasta al hospital Durand de Buenos Aires que hizo su intento y… nada. Cada vez estaba más convencido que los turistas eran los que me traían la alergia y qué me tendría que acostumbrar a ella de por vida.

    Pero en mi pueblo, todo era magia y a solo 15 minutos de la puerta de mi casa, el NIÑO ARMANDO, con una botella de alcohol y dos pastillas de alcanfor, todo lo sanaba.

    ¡¡¡Y nada de análisis, ni inyecciones ni enfermeras gordas!!!

    El curandero del momento tenía a jaque a los laboratorios multinacionales y era prácticamente nuestro vecino.

    Mi madre, Doña Ana, no lo dudo y al paraje La cañada, fui a parar con mis cortos huesos, los ojos llorosos, la nariz roja y el pecho agitado.

    La gente llegaba en cualquier tipo de transporte, caballo, sulky, auto, camión y hasta ómnibus repletos de sufrientes de algo que arribaban en búsqueda de la poción mágica.

    Llegamos a las tres de la mañana, para conseguir turno. Unos papelitos idénticos a los de las rifas de mi escuela.

    -Me dieron el 57 – le cuenta mi madre a una señora desconocida, compañera de espera.

    -Es muy milagroso el niño, me dijeron que vino la esposa de un militar, que la trajeron en un helicóptero con escarapela, venía con bastones y se fue caminando- Contaba la desconocida-

    El niño atiende en una pieza de adobe blanqueado con cal. Los ya atendidos salían más alegres, aferrándose a la botellita de alcohol.  Algunos llevaban varias, para otros dolientes que no pudieron venir; me enteré por la señora desconocida que no paraba de enumerar milagros.

    En la sala de espera al aire libre y en plena noche alumbrados con un fogón y unas luces a gas, se ofrecían, tortillas, chipacos, “sanguches de milanesa”, gaseosa Secco y de postre rosquetes. También mate cocido en latitas de durazno al natural. Y como si fuera pocos huevos caseros, el niño Armando era un generador de abundancia y prosperidad para ese pedazo del monte santiagueño.

    Al lado del consultorio otra habitación de adobe, pero pintada de celeste patrio adentro, una virgen llena de adornos, desde tules a flores de plástico pasando por un sinfín de chapitas con forma de órganos, dejado por los que ya fueron sanados en testimonio y agradecimiento.

    La virgen es la receptora silenciosa de “la voluntad” que puedas ya que el niño Armando no cobra pues su poder proviene de la virgen que cura a través de él.

    -Hay que aportar a la virgen para que ella le ayude a él– me decía mi madre como si yo entendiera lo que estaba viendo, sintiendo y ya escuchando, pues el gallo envidioso empezaba a despertarse y no quería hacerlo solo.

    De repente una mujer con pelo entrecano orgullosa de su edad, llamó con un grito.

    -Que pase el 57-

    Mi madre de un salto ya estaba en el umbral del consultorio y yo flameando de su mano izquierda, ya que, en su derecha, envuelto en papel de diario, la silueta del alcohol Frau y la ristra de alcanfor, están sujetados con profunda expectativa.

    El niño no parecía niño, pensé en silencio que era el padre de el niño, pero era él, allí delante mío, en ese espacio, a media luz del amanecer.

    El Niño Armando, con un sombrerito claro, en el cuello muchas cruces brotan de una camisa oscura, un cinto grueso sujeta una cintura poco afecta a la gimnasia, el pantalón claro Oxford, como el de mi hermano remata en un ruedo que acaricia a unos mocasines, que en algún momento fueron negros y ahora… grises por el suelo de tierra indomable.

    El escucha paciente mis penares, magistralmente relatado por mi madre, fiel testigo de mis crisis nocturnas.

    Su mano está apoyada en una mesa cubierta por un mantel de hule floreado. Estamos los tres uno al lado de el otro, yo en el medio.

    Él levanta su mano derecha sobre mi cabeza, dice algo, creo que es un rezo. (No puedo saber lo que nunca hice.) En el acto me dio un miedito y pensé… ahora desaparezco y…para siempre.

    -Bien Doña Anita, hágale tres fricciones antes de dormir con este alcohol con alcanfor y se curará inmediatamente- Sentenció el niño con una seguridad que hasta miedo daba.

    Inmediatamente con un veloz movimiento abre la botella y hace trizas las pastillas de alcanfor y las introduce en el alcohol que inmediatamente empieza a expulsar unas burbujas blancas que se derraman en el mantel.

    Cada segundo que pasaba, más sentía que estaba por desaparecer mi vida en ese mismísimo momento y lugar.

    Me aferre a mi madre con mis dos manos.

    El niño seguía rezando y empieza a hacerse lo que la gente hace cuando pasa delante de una iglesia. Me acaricia la frente y con su mano santa peina mis rulos rebeldes, de la noche en espera.

    -Aaah doña Anita, hágalo “oler” la botella tres veces al día. Toda ira muy bien. – Asegura el Niño Armando mientras nos despide.

    El tratamiento empezó de inmediato, la primera “olida” fue a los 5 minutos y hasta las noches fueron más, preparándome para las fricciones nocturnas de las ansiosas manos de mi madre obsesionadas por darme paz.

    No desaparecí, pero si desapareció doña alergia, nunca más vino en Julio ni en ningún mes, empecé a querer a los turistas y a creer o … estornudar.

    Capítulo 15 de mi próximo libro El ruido de las alas.

    Aquí van algunos de los agradecimientos hacia el Niño Armando.

    Hace unos años ya no está físicamente, pero el GRACIAS!!! lo sobrevive.

  • Discurso sobre las estrellas.

    Discurso sobre las estrellas.

    «El hombre es un cosmos pequeño y el cosmos es un hombre grande «

    Muhammad Iqbal . 

    PARA IMAGINARSE NADA MEJOR QUE MIRAR PARA ARRIBA.En aquellos veranos ardientes donde por las noches dormíamos en la terraza junto a mis padres y hermanos era toda una aventura. Mi tía del campo con sus adivinanzas exigía encontrar la respuesta y me enseñaba a no claudicar.

    Tía, tía me rindo…dígame cómo es ?– le suplicaba

    Nooo Israelito hasta que no la descubras no hay otra adivinanza.

    Y así podían pasar noches y noches buscando acertar.

    Ella me enseñó … el que abandona nunca gana y el que gana nunca abandona.#exploralo.

    Mientras la noche seguía su curso y las conversaciones no paraban, la tía Honorata, empezaba a contar leyendas temerarias que me hacían tiritar -como si fuera pleno invierno- mientras empezaba a encogerme y a acorrucarme al lado de mamá, hasta que el sueño le ganaba a la pesadilla.

    La tía era una superstición caminando. Me cuentan que cuando nací, hacía pasar la pata de una pollito en mi pie de recién nacido para que sea caminador y nunca me detenga.#exploralo.

    Ella me enseñó a explorar el cielo.

    ¿A ver a ver a donde están las tres marías? ¿Y las 7 cabrillas? ¿Y la cruz del sur?

    Con cada desafío que me ponía, me convertía en un auténtico amante del cielo. Ella todas las noches me abría el telón del espectáculo más bello que mis ojos ávidos de búsqueda podrían tener.

    Hoy estoy aquí en Jaipur (India) experimentando en el observatorio astronómico a cielo abierto más famoso del mundo, el Jantar Mantar (espacio para calcular) creado por el marajá Jai Singh II (1688-1743) un amante de la Astronomía y la arquitectura que se empecinó en construir instrumentos de medición cósmica con mampostería.

    Camino entre la mágica serie de elementos imaginándome el placer de aquellos que hace tantos años miraban hacia arriba para ver más que estrellas.

    Y así me encuentro con el ASTROLABIO (buscador de estrellas) más grande del planeta tierra, con sus 2 metros de diámetro y 400 kilos de peso, una autentica joya para medir con exactitud la posición, la altura de las estrellas y hasta los horarios, fue  a su vez un instrumental especial para navegar o para saber la orientación a la Meca y los horarios de rezo.

    Sigo jugando a perderme entre estos elementos para ubicarse.

     Aquí mismo está el famoso GNOMON es objeto alargado que proyecta una sombra que nos permite saber horarios y latitudes, este también es el más grande del planeta con sus 44 metros de base y 27 metros de alto. Me quedo largo tiempo mirando sus proyecciones de exactitud meridiana, exactamente  mueve su sombra 4 metros por hora y  es utilizando, entre otros servicios, sirve para  predecir las cosechas venideras.

    Empiezo a ver a muchas parejas que visitan este parque cósmico y sobre todo recorren las 12 estructuras gigantes que representan los signos del zodiaco que están orientados exactamente hacia sus respectivas constelaciones, aquí las parejas vienen a consultar si la unión de acuerdo a sus signos será fructífera y cuando sera mejor casarse.

    La astronomía y la astrología tienen un noviazgo no correspondido para los científicos, pero para los adivinos…es un amor inseparable.

    La primera es la ciencia que estudia el universo en su conjunto a partir del análisis de las posiciones, movimientos, estructuras y evolución de los astros. Para ello se emplea el método científico y la segunda es una disciplina pseudocientífica que trata de predecir los acontecimientos de la vida humana en base a los astros y su posición en el cielo. Por lo tanto, la astrología está basada en una serie de creencias que establecen una relación entre los seres humanos y las posiciones de los astros en el firmamento.

     Mientras sigo caminando por la zona y pensando en esta rencilla veo como los sistemas de creencias pueden generar una capilaridad de veracidad que no siempre los métodos científicos logran convencer. #exploralo.

    Busco la definición etimológica de astrología proviene del latín y está compuesta por las palabras /astron/ ‘estrellas’, y  /lógos/, ‘tratado’, ‘discurso’.  Por lo tanto, , la astrología es «el discurso sobre las estrellas».

    Vuelve a mi el recuerdo de la tía Honorata…la del campo, la que nunca fue a la escuela, la que nunca supo del método científico, recupero sus arrugas, el pelo entrecano, sus lentes de carey, el batón de florcitas y sobre todo su sabia picardía para mantenerme imaginando permanentemente.

    Vuelven a mí, aquellas noches “al sereno” cuando con el dedito gordo del pie apuntaba a las estrellas encontradas y siento que… ya estuve aquí hace más de 40 años.

    ¿Sabias que si apuntas al cielo, siempre… siempre darás en el centro? #exploralo.

  • La mano del adiós.

    La mano del adiós.

    Oh uno, oh nadie, oh ninguno, oh tú:
    ¿Adónde iba si hacia nada iba?
    Oh, tú cavas y yo cavo, yo me cavo hacia ti,
    y en el dedo se nos despierta el anillo.

    Paul Celan

    Es suficiente que la noche se haya prolongado, más de la cuenta, para que la cama del negocio funcione como escudo protector de los trasnoches. Esa fue una de aquellas veladas donde los ojos de los madrugadores podían ver mejor que los míos que se obligaban a estar abiertos.

    – Es mejor quedarse a dormir en el altillo- me decía mi dialogo interno con voz cansada.

    Ya, en la habitación, había que acomodar un poco las sabanas, golpear la almohada para fabricar el hueco donde apoyar los pensamientos, y a acunar el cansancio, cerrando las pestañas sedientas de sueño.

    Ellos solían llegar demasiado temprano, para mis tardanzas. Las medialunas debían ser horneadas con puntualidad. La división de tareas era algo sobrentendido; mientras mi mamá preparaba los mates, él se ocupaba de los números para afrontar los vencimientos del  día.

    (Uriel duerme arriba ejercitando mil formas diferentes de atrapar sus sueños.)

    De repente, un grito despierta hasta los huesos.

    ¡Uriel, baja, papá se descompuso!. Sentí retumbar mi pecho y una fuerza ajena me catapultó. Encontré su figura de rodillas, en el suelo. Sus manos parecían contener el crujir de su lado izquierdo. Se arrugaba su camisa, con la fuerza del puño  tembloroso que intentaba sin éxito que bombeara mas su corazón, el mentón apuntaba al techo, la nuca se entregaba, el torso abdico y las piernas se relajaron mas de la cuenta. Sus ojos se cerraban, odiando la partida que lo vencía sin revancha.

    Mi madre, congelada,  silenciosa observaba la despedida. Yo retenía con fuerza su espalda sobre mi pecho adolescente que ni imaginaba la orfandad que venia. Su cabeza en mi hombro desnudo, su barba de dos días raspaba mi mejilla reclamadora de afecto. Un ronquido intentaba el último mensaje. Sus ojos celestes se estrujaban y distendían en instantáneos pantallazos de vida. Sus labios apretados convertidos en mármol glaciar todo. Su pecho contenía un corazón destrozado que suplicaba aire. La mano…esa mano, la del rubí, apretaba la mía con terrible intensidad, en tanto, el roce ya solo de mi cara acompañaba desde afuera el viaje de él. Y, de repente, la dolorosa calma todo lo convertía en silencio. Su cuerpo amurado al mío cobró un peso inusitado. Su mano, que me ceñía, se transformó en fugitiva caricia protectora, la última.

    Los tres  estábamos solos,  como en la vida, mamá siempre de pie.

    Las alas no daban opción, debían asumir el vuelo. El plumaje de pichón adquiría la forma de un ave de verdad que debía volar planeando culturas, aterrizando en razas, despegando desde idiomas, carreteando las vías, encontrando para vivir metas, el propósitos, sentidos.

    Y me vino la pregunta…..

    ¿Cuándo se despide a un padre para siempre?

    Fragmento de mi libro «El ruido de las alas»un niño que soñaba con cambiar el mundo.

    Homenaje a todos los padres que sobre-viven .

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                                Gracias David Cinman.

  • TIJERETA VIZCACHA

    TIJERETA VIZCACHA

    Escuchar, respirar conscientemente, oler, saborear, sentir y aprovechar el momento….

    Ami

                                                                            

    Exactamente a las trece y treinta, la radio se convertía en el centro de la reunión  alrededor de la Hitachi Transistor WH-822h, enfundada en su cuero marrón con agujeritos.

    El dial clavado en LV-12 y un locutor, que ensayaba sus mejores “rr” porteñas  corría el telón de los megahertz al decir: “Transmite LV12, Radio Independencia desde sus estudios centrales en San Miguel de Tucumán, Jardín de la República”. Inmediatamente caemos de lleno en una música con redobles de trompetas y platillos que nos hacían vibrar todo el cuerpo.

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    Otra voz, ahora aterciopelada, modulaba: “La compañía de Ricardo Jordán nos presenta -redoble de trompetas- ¡ELLLL LEÓN DE FRANCIA!

    Un breve repaso del último capítulo nos conectaba con el instante en el que EL entraba rompiendo la ventana -se sienten los ruidos de los vidrios desparramados sobre el piso, el caballo que relincha en el patio, justo al lado de la fuente, en el mismisimo centro del castillo y «Don León», que le susurra al oído, promesas de amor eterno a ella, prisionera en su alcoba de pesados brocatos rojos-.

    Él esta siempre alerta, pues la llegada de los guardias no se hace esperar. Entonces, huye por la misma ventana hecha añicos, pero antes deja un ruidoso beso en la mano de su amada , en su oído -y en los nuestros- acompañando la promesa de regresar muy pronto. A continuación, salta con certeza de equilibrista sobre el blanco corcel y se aleja cortando el viento y la oscuridad. El sonido del  galope que se va perdiendo, es tapado por el suspiro de ella, a la ansiada espera de otra visita, rompedora de ventanales, mientras la rodeaban los metálicos guardias que siempre… llegan tarde.

    Esto y muchisimo más es acompañado nuestro  silencio de  radioescuchas que, sentados en la vereda, entre ruidos y ruidos, relatos y relatos, consumíendo la bolsa de mandarinas, que oficiaba de ansiolítico ante tamaña intriga sembrada por Ricardo Jordán, dueños de las siestas invernales de mi pago.

    Apenas él León escapaba, nuevamente se escuchaba el relato de las “rr” con las preguntas obligadas: “¿Volverá el León? ¿Sanará de su mortal herida? ¿Descubrirán su escondite? No se pierda el próximo capítulo mañana, a la misma hora y por el mismo dial”.

    En seguida el clima se distendió y las sonrisas relajaban los maxilares que degluten la fruta, pues llegaba la otra novela … “Tijereta Vizcacha, el terror de las muchachas” con la voz del inconfundible Jaime Kloner,  un gaucho risueño que con sus aventuras y desventuras sacaba risotadas del auditorio. Las preguntas finales en vez de intriga te dejaban con lástima las siguientes veinticuatro horas, hasta dilucidar con qué sorprendente arrebato el protagonista solucionaba la última metida de pata.

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    Sale de la radio, la noticia esperada cuando llegara la compañia artistica por mi pueblo.

    Se las esperaba con pasión. La fecha de la premier era redondeada en el almanaque de la cocina .Un auténtico  acontecimiento familiar.

    Aquella vez la función fue, en el salón  bailable de «Don Saleme», el mítico Recreo San Telmo, que está “deste lao del río”.

    Para la ocasión, un cable con focos pintados de diferentes colores acunaba una guirnalda que avisaba: “aquí pasa algo”, y sobre una chapa con un fileteado desprolijo se leía: “RICARDO JORDAN Y CIA. PRESENTAN”, y la obra a continuación. Ante esto, el corazón latía diferente. Luego, en la ventanilla, al comprar las entradas, nos sentíamos en un castillo; en minutos se concretaría el encuentro con las caras que la Hitachi marrón nos mostraba todas las siestas.

    Y adentro, mi alma. El Recreo San Telmo lucía diferente. Las sillas plegadizas, a las que hay que reservarlas antes, cubrían la cancha de básquet-multipropósito. Y sobre el escenario, aún oscuro, unas telas oficiaban de telón para cubrir el suspenso del espectáculo tan mentado.

    Y como el invierno ingresa por el techo  de estrellas y tampoco brisa del río  paga entrada, es mejor  sentarse todos juntos, uno a la par del otro.O sea“amucharse”.

    La cita es a las 21, pero se acostumbra una demora de media hora, para los que vienen de lejos.

    Y finalizando la espera ,  los aplausos insistentes de la concurrencia, dan la señal para el magistral comienzo, con la luz de improvisados reflectores,en latas de durazno al natural ,se  iluminaba el telón. Desde las bocinas gigantes, la música de la Hitachi suena a todo volumen. -¡Qué nervios, conoceré al León de Francia, espero que haya traído el caballo!-me decía esperanzado.

    Además de las latas de durazno al natural, los bidones de aceite de 20 litros (esos de la YPF de don Juan Rojas), cubierto con celofán de colores, fabricaba el día o la noche, la pasión o la penumbra, el campo verde o los salones brillantes. Todo era posible gracias al celofán, al tarro y un foco.

    Los telones  no se avergonzaban de las “L” o los “7” producidos por los traslados,  ¿quién te dice? Habrá sido una estocada de la espada de León?

    Los personajes vn apareciendo acompañados por las miradas absortas y los aplausos efusivos, mientras que el actor, con un volteo de ojos, agradece para no sacar de concentración a la platea. Cuando el elenco se había presentado, al final, siempre al final sale… la estrella: “Ricardo León de Francia Jordán” y, ahora sí, los aplausos, gritos, silbidos con los dos meñiques en la boca nos llevaban al éxtasis. Él respondía con un galante movimiento de cabeza.

    -¿Qué pasará cuando salude el caballo?-, acotaba a mi in-quietud.

    La obra se divide en tres actos. En los intervalos, la venta de números para la mesa servida circula al módico precio de la mitad de lo que cuesta una empanada, «todo» a beneficio de la cooperadora de alguna escuela del campo.

    La mesa servida exhibe siempre los mismos «manjares». Sobre un tablón cubierto por un mantel prestado, reposan los platos llenos, en el medio un jarrón con flores artificiales, más allá unas docenas de empanadas (las de repulgue arriba son picantes, las de repulgue al costado, dulces), pan casero y del otro costado, una bandeja con ensalada rusa casera, otra con pollo en escabeche con mucha zanahoria -como lo hace mi mamá-, varios vinos, gaseosas y unos sifones de la sodería de don Sayago.

    Coronaba la mesa un lechón, con un limón en la boca, rodeado de mucha lechuga. Una flanera chorreando el caramelo contenía el postre y para el brindis, una sidra Tunuyán que transpiraba frío.

    Como  suelen quedar números, en el último intervalo tendrá lugar el remate de siempre.

    Durante el transcurso de la representación, mi extrema concentración me permitió notar la absoluta quietud en el lado derecho de Don León de Francia.  No pude creer lo que había descubierto, “seguramente es obra de mi imaginación” me decía íntimamente, al mismo tiempo que la realidad lo confirmaba. Efectivamente, él León de Francia, Ricardo Jordán, tenía un brazo ortopédico. El, que con su florete desarmaba centenares de guardias…, El, que entra por los tejados, cabalga y dispara a la vez. A ÉL justo a ÉL… le falta una mano… ¿en qué lucha la habrá perdido?  ¿O a ese capítulo me lo perdí?

    Sí, era increíble, Ricardo tenía una mano menos. Pero, aun manco, es más loable su trabajo de amante valiente.

    Y el caballo no apareció… mejor, porque, al paso que vamos, seguro que es de palo de escoba.

    ¿Y cuando llegue Tijereta Vizcacha? Capaz que es elegantísimo, rubio y de ojos claros.

    Cuando vino «Tijereta Jaime Vizcacha Kloner»,descubrí que no había errado y, además, el interpretaba a “Hormiga Negra”, pero la que nos dejaba enamorados era la hermosa Ana María Alfaro y su “Danza de la gitana”.

    Y de ilusión en ilusión la Hitachi y el Recreo San Telmo me tenían en jaque, ilimitando mi imaginación .

     

    ¿Donde nace la imaginación ?

     

    Capítulo XXI de mi próximo libro «El ruido de las alas»… un niño que adoraba soñar.

    Galería de recuerdos.

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    Imperdible la trastienda de los maestros en hacernos escuchar para ver. 

  • El mentor clandestino.

    El mentor clandestino.

    «Un cazador tiene trato íntimo con su mundo, y sin embargo es inaccesible para ese mismo mundo… Es inaccesible porque no exprime ni deforma su mundo. Lo toca levemente, se queda cuanto necesita quedarse, y luego se aleja raudo, casi sin dejar señal alguna.”

    Carlos Castaneda.

    La media tarde tiene una pausa activa  a mis travesuras permanentes, ya que… Con su corcel, cuando sale la luna aparece el bravo zorro!!!. Y desde la pantalla en blanco y negro…Diego de la Vega, ni se imagina como estaba incidiendo.

    Con un palito en la derecha, ensayaba las estocadas para desmantelar opresiones del poder de turno que siempre va uni-formado.#exploralo.

    Todo lo que tiene gorra me suena a opresión. Hasta el cartero, para mi, era representante despreciable del poder. Todo estaba alineado para entrenar mi zorro, hasta ya tenía mi compañero incondicional, mi hermano Bernardo, que coincidentemente tenia el mismo nombre del mudo.

    Y llego, el dìa soñado, Guy Williams y su circo actuaba en mi pueblo y hasta pasó por frente de mi casa promocionando la función de las 18 Hs.

    Ir a verlo en vivo y directo fue uno de los momentos de mayor emoción de mi niñez. Fue en ese espacio kairos, que decidí empezar a estudiar esgrima, mi deporte preferido.

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    Pasó el tiempo y el zorro seguía moldeando mi identidad.

    Encontré a un gran maestro, que en jornadas interminables sacaba lo mejor y peor de mi, en el  gimnasio Héroes de Barbados, en La Habana.

    Penetrar en este lugar, conecta inmediatamente con la mística de la esgrima, recordando al equipo de atletas que desaparecieron en el mar por un accidente al regresar colmados de tantos logros.

    Isra, siempre recordá que el esgrima es ajedrez en movimiento.-  #exploralo. Me aclara Romualdo con su tono cubanìsimo.

    -Debes abrazar la agudeza en el arte de tocar sin ser tocado aqui el hábil supera al más fuerte, esto es auto-conocimiento puro, del más veloz y profundo.- #exploralo. Me sigue desarrollando con cada aporte-estocada verbal.

    Estoy alerta, haciendo conciente mis emociones, observo a mi oponente, lo  habilito para que se mueva a la «mejor zona de atacarme» aquella que me permite una respuesta certera para ganar la contienda. #exploralo.

    La pedana de 2 metros de ancho, me hace saber que siempre estoy en una zona mínima , que a los lados está el abismo y que hacia delante hay un fin y que hacia atrás otro límite,  o sea que el aquí y ahora, es un poderoso circulo de influencia y es allí y solo allí donde la vida y la muerte se expresa exclusivamente, la famosa con-centracion.

    -Isra, concéntrate!!! tienes que reaccionar a la velocidad de la luz en situaciones de máximo stress!!!- Me grita Daniel  mientras desafía mi estrategia.

    El ataque veloz y la detención brusca, entrena las condiciones cardiorrespiratorias, el oxigeno incorporado debe equilibrarse con lo que expulsas en cada movimiento el magistral STEADY STATE (estado estable) tan importante para la vida misma. #exploralo.

    -Israaaa concentración, acción y reacción!!!- , me grita buscando ponerme nervioso y… lo logra, mientras tomo conciencia de mi debilidad y allí irrumpe el aprendizaje.

    Mis enemigos internos  me quieren dominar y solo enfrentandolos  puedo sacar maestría, ese arte de ganar a mis pasivos internos para lograr… logros. #exploralo.

    Busco que mi respiración sea profunda, para calmarme. Me conecto con mis activos internos, para gestionar congruencia y comunicar qué haré, para que él ingrese en el juego, él parece haber entrado, pero mi dialogo interno, me dice… Agudeza, él te está queriendo hacer creer eso, me juego con un toque largo y el me esquiva y con una asertividad magistral me toca, y grita touché !!!

    Velozmente asimilo la perdida,  estoy de vuelta en posición de inicio, masticando mi bronca pero tomando la nueva oportunidad. El que abandona nunca triunfa y el que triunfa nunca abandona. #exploralo.

    Mi conversación interna calibra, si estoy en equilibrio estático, mi mano izquierda esta tensa, sigue portando la bronca, la distiendo y desembarco en el  equilibrio dinámico, mi postura  existencial aparece, me sigo calibrando, retrocedo a la pulcritud teórica, no me sale, decido abandonar lo racional y conectarme con mi personalidad y “mágicamente” fluyo independizando mis piernas de mi brazo, consiguiendo ser impredecible para mi contrincante y logrando provocar la maestría de la sorpresa. Ser impredecible para ser imperceptible y viceversa #exploralo.

    Salto hacia delante, aterrizó con los dos pies quedando en guardia, «desequilibro» el cuerpo hacia adelante,  la pierna adelantada flexionada, el brazo armado en impecable alineamiento con la hoja, completamente estirado y aprovechando mi altura, penetro el espacio de Daniel, que con su altura no puede reaccionar a la estocada,  siento que la hoja se dobla haciendo un arco mientras toca el corazón de mi maestro y en un grito conjunto decimos TOUCHÉ!!!. Celebramos el saber que el triunfo de la habilidad sobre la fuerza nuevamente se llevó los laureles.

    Nos estrechamos la mano mientras vamos a descansar.  Daniel aprovecha para desde su oficina traerme un regalo.

    -Israel compadre!!! ya estas para este nivel, es un libro muy querido por mi. Ahora es tuyo y espero que para tu próxima visita a la isla, lo disfrutemos en la acción.- Y desde su mano generosa brota un exclusivo ejemplar soviético de esgrima.IMG_3828

    Me llena de emocion, recibir un regalo usado, esos que fueron comprados para uno mismo, pero que al regalarlos, nos regalamos. Los auténticos regalos. #exploralo.

    Al abrir el usado libro me pierdo en la dedicatoria y su deseo de mucha salud!!!

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    Me meto en el prólogo y nuevamente me asombro de la creación colectiva del conocimiento  desde Moscú, Leningrado y Lvov.

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    Mientras voy caminando aferrado a «mi» libro, me quedo pensando en las tardes de leche cindor con el zorro en la pantalla.

    Agradezco los aprendizajes en la clandestinidad, la agudeza, el compromiso con la justicia para con los más débiles y el equilibrio para desequilibrar.

    Me río recordando a mi madre y sus dichos…..hijo hasta donde llego tu niñez ?

    ¿Qué aprendiste de tus héroes de la infancia?

    A mi mentor clandestino Guy William.

  • Guitarra colorada.

    Guitarra colorada.

    La aventura podrá ser loca,

    pero el aventurero, para llevarla a cabo, ha de ser cuerdo.

    Gilbert Chesterton

    Durante las temporadas termeñas, desde Semana Santa hasta el Día del Estudiante, recalaban en el negocio de mis padres innumerables “hablantes raros” que dialogaban continuamente con mi papá.

    Ante mis preguntas, me informaron que eso era “idish”. La noticia trajo nuevos interrogantes a dilucidar: ¿qué era idish?, ¿por qué hablaban ellos así, si existe el español? Esos sonidos me atraían de sobremanera y dos palabras, Bobe y Zeide, iniciaban el inventario de mi incipiente cultura políglota.IMG_1012

    Uno de esos raros parlantes era una señora. Su nombre era Sofía, y su apellido,  Mar. Sofía de Mar era una visita habitual, en las temporadas turísticas y con sus atuendos brillantes atraía la atención. Vestidos plateados y/o dorados, tanto a la noche como a la siesta, era una especie de Greta Garbo polaca paseando por Santiago del Estero.

    No solo sus vestidos merecen especial descripción, también sus colgantes larguísimos, hasta el hombro, con grandes piedras preciosas que se repetían en el collar estático sobre la loza de su piel. Sus caricias con uñas pintadas de rojo remarcaban las cutículas de esmalte blanco. Esas manos rojas y blancas fingían caricias sobre mí, -“un compromiso”, diría-, ya que yo era el hijo de David.IMG_1011

    Doña Sofía era la cantante judía que año tras año arribaba con sus discos en idish para alegrar a la paisanada compuesta por los raros parlantes. “Directamente del productor al consumidor y por esta única oportunidad a precio de costo”, ofrecía nuevamente el “long play”… del año pasado. En casa había como media docena de ellos y, ante el asombro de mi madre por la reiterada compra, mi papá decía: “Hay que ayudarla, pobrecita”.D_Q_NP_4149-MLA2780197164_062012-X

    Además, Sofía solía amenizar los baños termales con recitales vespertinos en el club judío local, el Scholem Aleijem. Y se podía cantar en idish… Lo más asombroso era que todos entendían. Eso era cosa seria. Bailaban, reían y, obviamente, la señora era más simpática en idish que en castellano.

    Durante esas tertulias la bebida oficial era “tei con limene” (té con limón). ¡Bravo!, ya eran cuatro las nuevas palabras en mi inventario y se masticaba strudel de manzanas, jamás un sándwich, ni una Coca Cola. A pesar de estas carencias, se desbordaba mi asombro ante aquella isla polaca rodeada por un mar santiagueño.Belkys251009

    A los fines de solventar los gastos, se remataba alguna donación procedente de un paisano rico. Sucedía entonces que el ganador volvía a donarlo y un mismo regalo pasaba de temporada en temporada. Y de paso cañazo, doña Sofía aprovechaba para vender sus discos que nunca se acababan.

    Debo agradecer a la luminosa Sofía la inspiración para mí travesura artística. Gracias a ella y a la media docena de discos, aprendí la fonética del conocido tema “Hava Naguila” que se mareaba en el combinado WINCO de mi hermana Olga, mientras lo fijaba en mis neuronas flamantes. Una vez preparado y asistido por la roja guitarra plástica sin cuerdas, me lancé al estrellato.

    ¿Por qué yo no y Sofía, sí?

    Busqué el escenario propicio. No podía ser otro. El Hotel Los Pinos, al frente de mi casa, con su gran mayoría de huéspedes judíos me pareció el lugar adecuado. Con la complicidad de Saúl, el conserje y Julito el piletero, me instalé en el pilar de entrada y ¡a cantar se ha dicho! Surgió un “Hava Naguila” abarrotado de «eses» que asantiagueñaba un idish indescifrable. Por música, solo un rasgueo plástico acompañaba la memorable canción.

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    Los turistas no demoraron en rodearme entre el desconcierto y las risas. Uno sacó una moneda y la depositó en la boca del incompleto instrumento. El objetivo era cantar por las legendarias monedas de 5, 10 y 25 centavos. Lo que iba recaudando me demostraba que cantando podía lograr mis ambiciones. Esta idea comenzaba a fascinarme, al mismo tiempo que la preocupación también lo hacía, pues no había previsto un repertorio extenso y, a menos que pidieran bis, el show terminaría y con él… mis ganancias.

    Mas no fue el limitado repertorio la causa de mi breve actuación, sino don David que pasaba por el frente y me clavaba sus ojos celestes -nunca los vi tan grandes- en un instante, Alejo, el empleado, vino a llevarme poco menos que de las orejas entre la risa y los aplausos de un auditorio asombrado.

    Fue mi bautismo de fuego y, como si fuera poco, en el terreno de los raros parlantes.

     

    ¿Cuál fue tu atrevimiento que hasta hoy te sirve? #exploralo.

     

    Capítulo XV de mi libro El ruido de las Alas de proxima aparicion.