Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneros,
corriendo la liebre, muriendo la vida,
jodidos los nadies, jodidos…Eduardo Galeano
Qué distante parece aquel día de San Valentín de 1995, pasaron tantas cosas hasta el calendario se desvaneció en el tiempo y la memoria pero los dolores se fortalecieron ante tanta angustia existencial de los sectores postergados.
Pronto, LAS PATRONAS celebrarán tres décadas de su noble misión: entregar “bolsitas” de amor a los más de quinientos mil migrantes que atraviesan Amatlán de los Reyes, Veracruz, México rumbo a USA. Su único propósito es aliviar, aunque sea por un breve instante, el tormento de quienes buscan el sueño americano, que muchas veces comienza con una pesadilla.
Nadie emprende el camino de la emigración por capricho; todos, sin excepción, escapan de situaciones tan dramáticas que el simple hecho de mencionarlas haría temblar a los ángeles.

Me cuenta Norma, -mientras compartimos un plato de frijoles- solo los hombres de Honduras, Nicaragua o de otras tierras centroamericanas se aferraban al tren. Hoy, la sinfonía de la migración se ha enriquecido con una melodía de rostros diversos: asiáticos, europeos, africanos, niños, mujeres y ancianos se suman a la travesía. Norma, con su voz cargada de historias y de vida, narra estos cambios mientras el tren, conocido como LA BESTIA, se desplaza a una velocidad incierta. –Nunca sabemos cuándo pasará; los avisos llegan desde doscientos kilómetros de distancia, anunciando la salida de la caravana de vagones, pero la hora exacta y el número de migrantes siempre permanecen siempre es un misterio.
Esto nos obliga a estar siempre en alerta, preparadas para salir corriendo con las bolsas, el agua, las frazadas, o cualquier cosa que tengamos a mano para lanzarla a las manos ansiosas de los polizontes.

“¿Por qué les llaman Las Patronas?”
“Hace casi 30 años,” responde Norma, “mientras regresábamos a casa después de comprar pan, unos migrantes nos pidieron que les tiráramos el pan, pues estaban hambrientos. Nos dijeron: ‘Patroncitas, tírenos un poco de pan’. Lo hicimos, y en ese instante comprendimos que nuestra misión era acompañarlos en este calvario. Dejar a sus familias y convertirse en polizontes en su huida de las miserias de sus tierras es una cruz que llevamos juntos.”
“¿Entonces, ustedes ayudan a personas que no conocen?” pregunto, con el asombro reflejado en el rostro.
“Sí, Isra,” responde Norma con una sonrisa de sabiduría infinita. “No hace falta conocer a quienes ayudamos. Ni siquiera sabemos si alguna vez volveremos a verlos. Damos con lo que tenemos, y eso es suficiente.”
De repente, un pitido interrumpe nuestra conversación. Debemos salir corriendo, pues en segundos LA BESTIA estará a la vista. Las manos de los migrantes se extienden esperanzadas, mientras los brazos de las mujeres se agitan, lanzando agua, galletas, leche y porciones de comida, como si fueran ofrendas de esperanza en medio de un mundo que no ofrece redención ni misericordia.
(continua entregas en nuestras redes) todas la semanas. Alerta.





































































